Cuando supe que iba a verte me invadieron los nervios. Pero ni siquiera eso fue capaz de tapar la cara de idiota que se me pone cuando me gusta tanto alguien. Quería verte con todas mis fuerzas pero el miedo me superó y entonces nada. De un segundo a otro, la noche del viernes 14 de noviembre iba a quedarme en casa, estudiando como lo había planeado. Era semana de parciales, la última de clases; esa semana clave del cuatrimestre. Y aún así había renegado de eso porque cuando me propusiste vernos tiré todo a la mierda, no pude y no quise decirte que no, que mejor lo dejábamos para la semana siguiente.
Y entonces la cara de idiota se me borró y me llené de bronca conmigo misma. Bronca por haber dejado escapar una oportunidad que quizás nunca vuelva. Porque quería (y todavía quiero) verte más que cualquier otra cosa, sin importar lo que pasara después. Después me sorprendí a mi misma llorando. ¿Estás llorando idiota? ¿Por alguien que es casi un desconocido? Sí, porque por estos días sos lo único en lo que puedo pensar; estoy tonta, idiota, desconcentrada por completo. Eso es lo que generas en mí. Es tanto para tan poco tiempo que me asusta demasiado.